Es la
primera vez que muere un hombre entre mis piernas. Él dejó de respirar
atado a la cama. Huí. Supuse que tendría algún castigo en un código penal. Llamé a una ambulancia y me
quedé a lo lejos hasta que llegaron. No apagaron las luces, pero sí el sonido
de las sirenas. Escuché a la distancia, por la gente, que ese asunto era ya de
otra dependencia.
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